III. Recorriendo el país de los sueños - una historia cualquiera


Sophie Smith Benoit, quebequense de nacimiento, hija de una dulce francesa y de un estricto inglés, corría desesperadamente con su pesado bolso negro, que mas allá de cargar mallas y zapatillas de ballet, se encontraba lleno de sueños e ilusiones.

Había recibido la mejor educación, y su padre, un inmigrante recio, esperaba que se convirtiese en la sucesora del negocio familiar. Su juventud había estado cargada de cálculos, responsabilidades y trabajos de verano como asistente de su progenitor. Pero su corazón nunca estuvo en ser una empresaria, por más que intentó convertirse en la hija que tanto anhelaba su padre, solo consiguió sufrir calladamente.

Durante los últimos años, Sophie tuvo la misma rutina diaria.  Se levantaba a las 6:00 a.m. y luego de asearse y vestirse, se dirigía a tomar el autobús que la llevaría a la Universidad de Laval. En el trayecto, compraba un café para intentar, sin éxito, aumentar su entusiasmo. Una vez finalizadas sus clases, debía cumplir con su trabajo de medio tiempo como administradora en alguna de las empresas de su padre. Ninguna de estas tareas, animaban a nuestra protagonista.

No obstante, no todo en la vida de Sophie era un castigo (así lo había definido ella). El ballet había entrado a su vida desde que tenía 3 años, gracias a su madre, quien insistió que todo niño debía aprender a independizarse con disciplina y compromiso al mismo tiempo que se mantenía saludable; argumentos que ni el Sr. Smith podía contradecir.

El ballet fue durante todo el tiempo su vía de escape a toda la presión que imprimía su padre. Era realmente buena bailando, según ella, su cuerpo y su mente eran libres durante esas horas que disfrutaba haciendo fouettés, pliés, prot de bras...

Tres meses atrás, la oportunidad de su vida había llegado. En una de las presentaciones anuales de su escuela de ballet, un importante director descubrió su talento y la invitó a formar parte de una importante compañía de ballet en Montreal.

Su vida dio un vuelco, decidió armarse de valor y dejar todo - incluyendo a su padre - y empezar a vivir la vida que siempre soñó. Y ahora, se encontraba allí, en ese autobús camino a Montreal, al lado de ese apuesto chico con acento portugués, cuyas palabras la habían estremecido.

A Sophie no se le daban bien las relaciones; vivir bajo la dictadura de su padre le había limitado tanto los sueños como las amistades y posibles noviazgos. Su vida había estado tan ocupada con el negocio familiar, que no pudo vivir las experiencias propias de su edad. Por eso cuando este chico pronunció - a tu lado, solo puedo estar bien - no supo como reaccionar.

Por primera vez, había sentido un nerviosismo misterioso comparable solo con la sensación de ansiedad y ganas que experimentada antes de salir al escenario a bailar. Pero su falta de experiencia, había consternado al chico. ¡Qué estúpida había sido! Pasó todo el camino pensando qué podía hacer para solventar el incidente.

Así que en un arranque de valentía mientras el autobús se estacionada en Montreal, arrancó una hoja de su agenda, escribió su nombre y su número; se levantó del asiento, tomó su pesado bolso negro y cuando las puertas del vehículo estuvieron abiertas, se dirigió al muchacho y con voz nerviosa le dijo - Me llamo Sophie, llámame algún día si quieres - huyendo rápidamente.



Comentarios

Jo ha dicho que…
en una "historia cualquiera" ... sin duda hay que atreverse....

sin inmutarse y solo tropearse sobre la duela peronada mas.

:)
la MaLquEridA ha dicho que…
¿Y la vida de Sophie cambió para bien en Montreal?



Beso.

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